La fuerza del uso y la costumbre, es eso que nunca tenemos en cuenta y a veces, hasta despreciamos, pero que nos puede beneficiar o perjudicar enormemente.
Este artículo es una reflexión para los corredores y las corredurías de seguros. Cuando estudiaba la carrera y vimos en primer curso la asignatura de Derecho, una fuente del Derecho que me llamó mucho la atención fue la costumbre y cómo la fuerza de la costumbre (sobre todo en el Derecho no moderno cuando existía una carencia regulatoria y legal) era capaz de crear cierta “jurisprudencia” en algunos ámbitos. Por ejemplo, el “uso” de una determinada cosa durante “x” años puede darnos el derecho a disfrutar de ella.
En la vida real ocurre lo mismo. Cuando nos acostumbramos a algo, ya no nos llama la atención y por tanto seguimos con ello sin analizar si es correcto o no, si nos beneficia o nos perjudica, si pudiera haber algo mejor. Simplemente lo hacemos, lo pagamos. Me estoy refiriendo (y ya no divago más) a los honorarios que cobran algunos profesionales por su trabajo; los abogados sin ir más lejos. A nadie se le ocurre ir al despacho de un abogado y por una hora de consulta en la que le exponemos nuestros problemas legales no preguntarle al finalizar, “qué le debo”.
Tampoco nos extrañará si cuando vamos a pedir la cita con ese mismo abogado la persona que nos atiende y nos dice día y hora nos indica qué importe nos cobrarán por ese tiempo profesional dedicado a nosotros y por supuesto tampoco pondremos el grito en el cielo si al finalizar la entrevista con nuestro abogado nos dice: “si quiere que comencemos a trabajar el tema tendrá que realizar una provisión de fondos de “x” euros”…
¿A qué no?
Bien, pues con los corredores no ocurre lo mismo. Por nuestra culpa. Culpar a otros sería absurdo. Nosotros tenemos la obligación (insisto, porque no hemos “enseñado a la sociedad” con la fuerza del uso y la costumbre) de cotizar y presupuestar seguros (con la cantidad de horas que eso conlleva) y hacerlo gratis. Y que ni se nos ocurra “chistar” que se van con otro.
El profesional, sea del ramo que sea, por asesorar, por aconsejar, por dar su opinión, debería cobrar unos honorarios porque ese conocimiento no puede ser gratis en la medida que otra persona (cliente) se beneficia.
¿Acaso no pagamos al médico cuando vamos a su consulta? Y no necesariamente nos cura, muchas veces nos aconsejan o nos recomiendan, pero nada más.
Corredurías de Seguros: demos nosotros primero valor a nuestro trabajo y luego podremos exigir una remuneración por nuestro trabajo de asesoramiento.